miércoles, 12 de marzo de 2014
La luna silente, como ausente, en mi ventana con timidez se asoma. Ilumina tenuemente a través de las cortinas que ondean con la apacible brisa nocturna, con aquella luz plateada que por años ha bañado la piel de enamorados y desamparados por igual.
Entra sin pedir permiso, reticente, habiendo escuchado de aquel soñador demente que de noche y de madrugada rasgaba pieles de papel con la afilada y ágil punta de un lápiz -a veces mordisqueado de ansiedad, a veces humedecido por lágrimas que manaban de la injusticia, a veces agitado por la excitación expectante de un nuevo comienzo, de futuros halagueños, de historias recién desempacadas...
La luna viene sólo de visita, pues no puede quedarse. Tiene el tiempo contado y su tránsito marcado, surcando el firmamento engalanado de estrellas titilantes y juguetonas que se lucen ante fútiles telescopios. La luna viene danzante, sabiéndose reina de la noche, protagonista principal de tantas historias y destinataria de miles de ofrendas inocuas. La luna viene mostrando su lado brillante, ocultando detrás de sí ese rostro que de nadie se deja ver.
La luna viene a ser testigo de aquél apasionado que sangra tinta a raudales, de ese inspirado con talento privilegiado que derrama versos en el mar del escrito. Viene a recordarle al guerrero que no nació para ser astronauta, que Dios juega a los dados y se ríe mientras come crispetas. Viene a consolar al cansado que recorrió un largo camino para terminar culminando su trayecto inútilmente circular en el mismo punto donde había iniciado.
La luna es el reflejo de ilusiones y limitaciones por igual. La luna es la sonrisa silenciosa, muestra pura de sarcasmo mordaz. La luna es la que hace escapar hasta las más densa oscuridad del más recóndito rincón del corazón humano.
La luna en mi ventana.
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